Wednesday, March 18, 2015

Negritudes

No hace mucho alguien calificó el discurso racial típico de los negros cubanos como victimista, y lo ejemplificaba con personalidades como Roberto Zurbano y Sandra Abd’Allah-Alvarez Ramírez; la peculiaridad que haría atendible la crítica en este caso es que provenía de un negro, que se negaba además a calificarse a sí mismo como afrodescendiente. Conviene poner las cosas un poco en perspectiva, partiendo de ese concepto mismo de la afro descendencia, y que parece responder al modelo norteamericano para resolver el problema de la identidad; pero justo porque la virulencia del racismo norteamericano no ofreció asidero a la negritud para incorporarse al acervo cultural del país. La prueba al canto en el folclor mismo, que reconoce su ascendencia irlandesa y hasta germánica, pero no negra; hasta el punto aún de que reconociendo el aporte racial al fenómeno de la música, no lo hace en el sentido directo de la tradición suficiente del Góspel, sino tangencialmente, como la influencia del Blues sobre el Rock. También esa tradición profunda de la cocina, que desplaza al soul food, negando a los Estados Unidos toda tradición propia en ese sentido. Se trata entonces de que cuando los negros norteamericanos se alzan en la lucha por derechos civiles, de hecho ni siquiera tienen una identidad propia en la que reconocerse; como el resultado de un proceso súper eficaz de deculturación, cuando el radicalismo protestante en que sirvieron como esclavos prohibió incluso el uso de tambores, impidiendo la formación de toda identidad posible.

De ahí que hasta en la intimidad de la expresión religiosa, el negro norteamericano no habría podido ni siquiera enmascarar sus creencias en un proceso de sincretismo como el cubano; debiendo fusionarse y encontrar alguna expresión propia en el pietismo protestante, que sin siquiera asumirlos los separaba de toda su expresión natural; dando lugar a esas fusiones bellísimas y dramáticas con el folclor germano e irlandés, como el Góspel, padre del Blues, padre del Rock and Roll. Por eso, al enfrentarse al dilema existencial de la expresión propia en plena lucha por los derechos civiles, los negros norteamericanos sólo pueden recurrir al África; logrando así la consistencia que les negaba el entorno blanco occidental con su virulencia, pero en un proceso muy distinto del de los negros del Caribe hispano; donde la política cultural era inclusiva y la segregación fue menos virulenta, no resultando nunca en una aculturación que obligara al individuo a apelar a su ascendiente africano. Por supuesto, eso crearía otro tipo de trauma político existencial, como el que se observa a lo largo de la poesía negrista caribeña; que ni tan casualmente es también hispana, pero que en todo caso permite el desarrollo del conflicto en la insustancialidad política del objeto retórico, haciendo del mismo un estilo de vida o un objeto poético, o ambos inclusive.

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Esa sería la forma más bien retórica de que se acusa a Roberto Zurbano y Sandra Abd’Allah-Alvarez Ramírez; y que en realidad desconoce tanto la profunda conflictividad del negrismo norteamericano como la mayor complejidad y sutileza del hispánico; pero que aún así es legítimo, lo mismo como base (testimonial) para un desarrollo posterior que como resultado estético suficiente en sí mismo, aún si como una estética del victimismo; igual que la reducción burlesca en que resultaba el negrismo vernacular de la poesía antillana, que era paradójica y mayormente mulata y blanca, pero permitiendo honduras existenciales como las de Guillén, Nicolás el Grande. Al final, el victimismo afro antillano que accede a reconocerse afrodescendiente sería una forma tácita de acatamiento, ante la prepotencia del segregacionismo blanco; en ese mismo modo sutil del caso hispanoamericano, que no es virulento como el norteamericano y ofrece espacios de transición, aunque sean condicionados a la subordinación.

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Pero sería entonces también y por tanto un fenómeno legítimo y suficiente,  que explique la extrema y compleja singularidad de la negritud en ese Caribe hispano; que también es singular, no sólo como la isla que se repite sino que también se conforma constante, en el contraste con la otra conflictividad del pietismo norteamericano que trata de mimetizar el catedrático; cuando vende su rebeldía cómo esos adornos de producción falsamente artesanal que uno encuentra en las placitas coloniales de cualquier villa,  sólo con tal de que no sea profundamente americana. Como curiosidad en ese mismo sentido, habría sido esa virulencia del segregacionismo norteamericano la que compulsara un fuerte desarrollo de lo negro tras esta consistencia identitaria de lo africano; que no se reduciría ni limitaría al attrezzo de la indumentaria o el peinado —como en Cuba—, ni a la sobre explotación del cliché de lo sensual o el falso intelectualismo a lo catedrático, sino redundando en una comunidad suficiente y capaz de generar su propia burguesía; incluso con destellos espectaculares como la crítica filosófica de Cornel West, tan distinto en su agudeza de la discusión interminable que agua en retórica los tópicos de Franz Fanon. 

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