Sunday, September 27, 2020

Las almas del pueblo negro, en Kindle

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Por debajo de la esplendorosa estructura cultural estadounidense, bulle el mundo que lo hace posible y lo sostiene; que si por lo general forma parte de las estructuras mismas, en este caso se mantiene en una segregación casi puntual. Es esta segregación la que alimenta a lo negro como un mundo autónomo y paralelo, con sus propias determinaciones; que no sólo explica la sufrida y profunda belleza de su cultura, sino que además la enriquece con un desarrollo propio y singular.

Eso es lo que hace tan extremadamente compleja y singular a la cultura estadounidense, hasta el extremo; y la incapacidad para comprender ese mundo sumergido de sus determinaciones, sería lo que impida sistemáticamente la comprensión del fenómeno final de su cultura. W. E. B. Du Bois tiene una estatura titánica, porque ha brindado una de mirada exhaustiva sobre ese mundo sumergido; con la peculiaridad además de que él mismo provenía de ese mundo, y su mirada por tanto no estaba sesgada por el patrocinio.

Eso, por supuesto, es relativo, la formación de Du Bois era europea, y en el momento de mayor fragor ideológico en Europa; pero al menos conocía de primera mano los problemas que trataría, porque eran propios suyos, de su misma vida. En cualquier otra parte, la mayoría de estos acercamientos correría por cuenta de clases superiores; que distanciados de su objeto de interés, los teñirían con sus propios prejuicios, que no son sólo morales sino también de valor político.

Ese no es el caso con Du Bois, que así aporta usa antropología exhaustiva sobre la base de la cultura norteamericana; y no sólo la concerniente a su extensa población negra, sino de esta como esa base que sostiene y alimenta a todo el conjunto. En Cuba no tendríamos nada igual, aunque por razones distintas que las del prejuicio moral sobre la historia; pues si bien es cierto que la estructura cultural hispana determinaría a la cubana en un modo integracionista, no por ello era menos racista.

No es este el lugar para explicar las diferencias de las culturas cubana y norteamericana, pero sí para comprender un aspecto importante de la realidad; que es el modesto pero preciosísimo aporte de du Bois, en este catauro extenso y profundo sobre la realidad de los Estados Unidos. En ese sentido, no puede perderse de vista la perspectiva de du Bois, ideológicamente sesgada por su idealismo; del que deja pruebas constante en sus cultísimas referencias, como un problema menor de la antología.

Sería absurdo que fuera de otra forma, como es absurda la reducción de este trabajo precioso a la mera beligerancia política; sobre todo cuando él mismo tiene un acercamiento sinuoso e inteligente, con una amplia capacidad para la negociación de intereses. Con eso, Du Bois se muestra aquí como un estadista completo, que suscitaría las iras de nuestros inquisidores; pero colocándose en la misma base de la tradición liberal que Martín Morúa Delgado, por ejemplo.

La diferencia entre los dos, aparte de las dimensiones del trabajo, se reduce a las de sus respectivas circunstancias políticas; que determinadas a su vez por la estructura cultural que las determina, los identifica en la agudeza para comprender la complejidad del problema negro. Para esta traducción se trató de seguir un plan no funcionalista, que reduciría lo dicho a un sentido ideológico y racional; sino que se trató de mantener la textura idiomática en todo lo posible, para interferir lo menos posible en la exposición.

Gracias a eso se pudo salvar mucha de la belleza del texto, escrito con la exaltación del simbolismo europeo que lo afectaba; lo que es bueno no sólo por el nivel de cultura que refleja, sino por los elementos que aporta para la comprensión de la realidad. En efecto, el último tercio de este libro es de interés más literario e ilustrativo que los dos anteriores; y pareciera que se trata de Nerval escribiendo una idealizada Aurelia, sólo que tratándose de un negro que escribe sobre lo negro.

Thursday, September 3, 2020

William Edward Burghardt Du Bois y el socialismo - II


En Las almas del pueblo negro, Du Bois hace una referencia explícita al concepto de lo bueno, lo bello y lo verdadero; alineándose en esa tradición de idealismo platónico, que explica su propia fe en abstracciones como el socialismo de comienzos del siglo XX. Hay que tener en cuenta que cualquier alineación entre las culturas negra y blanca de los Estados Unidos es sobre todo puntual; ambas responden a determinaciones distintas, incluso opuestas entre sí por la función complementaria en que se relacionan políticamente. De ahí que como desarrollos sean asincrónicos, no importa si eventualmente se alimentan una a la otra; ya que en definitiva, comparten el mismo espacio, tanto física como temporalmente, y por tanto interactúan entre sí.

Son sin embargo fenómenos separados, por ese mismo y persistente velo negro al que tanto se refiere el mismo Du Bois; y sólo pueden elaborar una masa crítica suficiente, en esta especie de existencia paralela, como base sobre la que luego se establecerá una tercera; esta como desarrollo en que se culminan estas dos anteriores, sistematizando aquellas relaciones anteriores; partiendo de su respectiva puntualidad, como una base propia para ese nuevo desarrollo como sistematización.

De ahí que el pensamiento de Dubois no responda a la escuela pragmatista, que se desarrolla con la segregación de una élite intelectual norteamericana; el mismo Dubois, como todo otro negro de su momento, tiene que alimentarse en la tradición directa y abierta del institucionalismo europeo. Sólo que ese desarrollo será contradictorio, no sólo en su mimetismo de principio, sino también en su extemporaneidad; respondiendo a otras condiciones que no le son naturalmente propias, como el esfuerzo sobrehumano en que pueden realizarse.

Eso es lo que se observa en esos desarrollos, de cualquiera de esas lumbreras de la ilustración norteamericana negra; todos exigieron esfuerzos excepcionales para poder realizarse, desde dueños asombrosamente generosos a comunidades que sufragaron sus estudios. Esa excepcionalidad es la singulariza todos esos desarrollos, especialmente sensibles a futuras exploraciones; como las que le van a imprimir las otras vertientes, desarrolladas a ese interior de las élites intelectuales blancas.

Esto es lo que explica la capacidad singular de Cornel West, para hacer esa lectura también singular, en estos trabajos; pudiendo revertirse como otra determinación, sobre esa misma tradición del pragmatismo institucional de la que proviene. De ese modo, el pensamiento original negro norteamericano será otro desarrollo de la tradición idealista occidental; que por esa peculiaridad de su propia circunstancia es que puede evolucionar en un fenómeno paralelo, sujeto a otra interpretación de Occidente.
Esto también que explica esas simpatías de Du Bois con el socialismo, que es el socialismo del socialismo del siglo XIX; es decir, un socialismo teórico, que al momento de su visita a la URSS ya mostraba su inconsistencia práctica. Aún en ese momento, Dubois simpatiza con la parte todavía teórica de ese modelo político; en especial la prioridad que se le otorga al trabajador como protagonista de la sociedad, altamente simbólica; y que en ese simbolismo puede reconocerse en los diferentes desarrollos ideológicos modernos, sin traducirse nunca en un protagonismo político efectivo, siempre monopolizado por el partido.

Respecto al socialismo de Du Bois, debería llamar la atención su falta de suspicacia ante el elemento religioso; que él mismo reconoce y postula como fundamental, en la formación cultural del hombre negro como ente político autosuficiente. Solamente eso ya es suficiente para matizar este acercamiento suyo al socialismo, que no es filosófico o ideológico en rigor; porque él parte de una comprensión del valor positivo de la determinación religiosa, no de su crítica y negación.

Du Bois es el fruto de su formación, que es europea y tradicional, y desde la que va a comprender la realidad norteamericana; y esta interpretación va a ser valiosa por el nivel de especialización objetiva, en el proceso de emancipación del hombre negro. De ahí que pueda proveer esa base crítica, sobre la que posteriormente puede volcarse el pragmatismo maduro de Cornel West; mejorando su propia comprensión del problema original, al incorporarle los elementos cognitivos que le aporta la perspectiva pragmatista.




Saturday, August 29, 2020

William Edward Burghardt Du Bois y el socialismo


W. E. B. Du Bois es una de las figuras más complejas de los Estados Unidos, y una de sus más finas inteligencias; parte de esa complejidad proviene de su relación con el socialismo, por su interés particular. En realidad, ese interés es comprensible en el autor, como una estrategia política definida por la beligerancia; con que cual buscaba presionar en el complejísimo panorama político norteamericano, en el que pujaba por el estrato más desfavorecido.

Primero, vale la pena conocer una figura tan llamativa, cuyo trabajo sólo sería emulado en Cuba por el de Fernando Ortiz; en un ejemplo bastante forzado incluso, pues el trabajo de Du Bois era una comprensión de primera mano sobre un problema real, no una abstracción antropológica. Du Bois era negro, y por tanto tenía una comprensión más efectiva del problema que la que pudo tener Ortiz; quien con todo y su enorme esfuerzo, e incluso su propia progresión en ese sentido, era sobre todo un hombre blanco de clase acomodada.

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La comparación no deja de ser forzada por otras razones, como la diferencia entre las culturas negras de Cuba y Estados Unidos; donde la política de segregación de este último, terminaría provocando la formación de un perfil cultural muy específico en su población negra. En Cuba, por el contrario, el carácter integracionista de su cultura, aunque también racista, impedirá una formación tan soberbia como esa; que se conoce por el esplendor del llamado Renacimiento negro, del Harlem de 1920; pero comenzó con la temprana segregación de esta élite intelectual entre su baja burguesía, con una muy sólida formación[1].

En ese espectro, el socialismo que conoció Du Bois era una propuesta políticamente creíble, de legítima beligerancia; que aún tenía que probar, por medio de la experiencia histórica, su naturaleza como contradicción propia del capitalismo. En ese sentido aún, Du Bois era un sociólogo, no un filósofo que pudiera detectar las mil falencias de esa teoría política; y si bien llegaría a manejar la evidencia del problema que significaba la burocracia, esta no llegaba aún a los niveles en que se establece como una falsa burguesía.

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La militancia socialista de Du Bois fue de todas formas complicada, marcada por la defección y su propia individualidad; como cuando en 1912 apoyó al candidato demócrata Woodrow Wilson, siendo obligado a renunciar al partido en 1913. Incluso sus simpatías parecen haber sido de principio y oposición práctica, dado que no muestra filiaciones directas con Carlos Marx o Vladimir Lenin; de los que sin dudas tenía referencias sólidas, dado su propio viaje por la Unión Soviética de 1926, en que notó la pobreza y desorganización.

La primera mitad del siglo XX es el momento de actividad política de Du Bois, y ese es el marco de sus relaciones con el socialismo; marcadas por la operatividad organizativa de la NACAP y su periódico “Crisis”, que lo llevarían incluso a colaborar con el partido Demócrata, el de la segregación. Incluso como universo epistemológico con referencias existenciales, sería él quien las provea para la posteridad con su experiencia; como la tremenda sistematización ontológica de Cornel West, que aprovecha del trabajo de Du Bois como esa referencia, que obviamente no poseía él mismo.

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Tendría que ocurrir el desplome socialista, y la virulencia del fracaso cubano, para que se vean las falencias del socialismo; dadas incluso más por su carencia de intereses prácticos, que por esa inconsistencia de sus principios políticos. En efecto, el socialismo termina siendo la mayor de las contradicciones inevitables del capitalismo moderno; y por eso sus falencias son las del capitalismo corporativo, en la realización autoritaria con que crea su falsa burguesía de administradores.

Nada de eso fue real hasta el tercer cuarto del siglo XX, cuando se evidenció el carácter fatal de la dialéctica histórica; en que la lucha de clases no desemboca nunca en el paraíso obrero, sino que se estanca en la llamada dictadura del proletariado. Hasta entonces, el socialismo se apropiaría de la ontología trascendentalista del cristianismo, incluso en su elaboración más dogmática; que sólo en ese momento evidenciaría la pobreza reflexiva de sus reducciones ideológicas, también tomadas del revivalismo cristiano que emula.

Curiosamente, en las elaboraciones posteriores de West sobre esa experiencia de Du Bois, resaltaría la gran paradoja; de que sea directamente el trascendentalismo cristiano el que aporte la mejor sistematización existencial, justo en la reorganización de la cultura negra. La diferencia, sutil pero capital, radicaría en esa apropiación de la doctrina original por la experiencia existencial del negro; no en su elaboración ideológica —de carácter intelectual— por la tradición idealista, que es lo que distingue al marxismo.

Nada de eso debe ser importante, sino la tremenda densidad de ese trabajo, que Du Bois aporta como ofrenda; en uno de los tratados de sociología más importantes del universo americano, dado precisamente por la modestia de sus pretensiones teoréticas. En efecto, puede que precisamente por la precariedad política, si algo distingue al pensamiento negro norteamericano es el pragmatismo; que si bien con referentes en la nueva intelectualidad del continente, en ellos se reforzaría por su propia precariedad.



[1] . Serían los miembros de la Iglesia Congregacional en Great Barrington, Massachusetts, quienes pagaran los estudios de College du Bois.




Wednesday, July 29, 2020

El paralelo estructural de Frederic Douglas y Martín Morúa Delado


Una característica importante en este proceso es el carácter crítico con que los negros se acercan a la religión en Norteamérica; generalmente de adultos, después de cerrarse a círculos bíblica, atraídos por la posibilidad de aprender a leer; en otros casos, incluso este atractivo es sólo un valor añadido, y lo que los atrae es la retórica de un predicador acerca de la libertad. En todos los casos, los negros no son bautizados siguiendo una convención social, sino que son neoconversos; lo cual comporta una experiencia muy específica, por el tipo de exaltación espiritual que brinda y sus respectivos alcances existenciales.

El caso de Frederick Douglas ilustra lo que parece ser una experiencia común, a la que sólo añade su propia excepcionalidad; atraído específicamente por la prédica de…. sobre la libertad, que le lleva a cuestionar la pureza de la fe de los blancos. Esto es curioso, porque se trata de un claro caso de apropiación, que funciona incluso con la misma dinámica del surgimiento del Islán; sólo que más radical porque se vuelve sobre la religión misma, con su renovación antes que en su simple expansión.

En aquel caso, se trata del catecumenado incompleto de Mahoma, que por ello no accedió nunca a Los misterios sacramentales; por lo que Mahoma se limita a la interpretación de la prédica en el ámbito tradicional de la Meca, con la expansión de la fe. No obstante, esa peculiaridad carece del problema de estratificación que enfrenta el cristianismo en los Estados Unidos; donde además se expande como una doctrina convencional, en la que de hecho se fundan la sociedad y el orden político.

En esa situación tan peculiar, la experiencia de conversión de los negros es radical porque los reconoce a ellos mismos en el valor sacrificial del Cristo, la experiencia buscada por los mártires y que se diluye en la teatralidad se sus gestos. Los beduinos enfrentan las abstracciones morales de Mahoma, y los mártires sienten un anhelo existencial de trascendencia; los negros en cambio tienen su propia experiencia, que es existencialmente inmediata, no abstracta ni moral.

En el caso ejemplar de Frederic Douglas, el elemento capital puede ser su propia madurez al momento de la conversión; pues a los treinta años debe contrastar lo que se le predica con la realidad que vive, a diferencia del que nace dentro de su experiencia de fe. Es por eso que incluso en una institución tan convencional como el cristianismo católico, se espera a una edad de confirmación posterior al bautizo; que subraya esta preocupación de la pureza de la fe, aunque no consiga garantizarla, por el condicionamiento progresivo de la tradición.

Es en esta peculiaridad que reside entonces la capacidad existencialmente renovadora del cristianismo negro norteamericano; como ese estado de máxima madurez reflexiva de la humanidad, hasta entonces sólo intuido como la grave dificultad del pensamiento moderno. De ahí el equívoco marxista, al reducir el conflicto al valor moral de la ideología, por su propio ascendiente en el idealismo; que surgiendo en la forma de determinismo, incluso si materialista, no deja nunca esa naturaleza abstracta de su matriz idealista.

El fenómeno es interesante, al reflejar la consumación del movimiento iniciado por al establecimiento del cristianismo; con el establecimiento del cristianismo como ideología, en su condición de doctrina religiosa oficial, con el cierre de la patrística en San Agustín. De ahí la precariedad política de figuras como esta de Douglas, no importa el genio excepcional con que consigan imponerse en su curso histórico; porque precisamente van a contradecir con su propia experiencia, todas las convenciones con que la estructura pretende conservarse en su convencionalidad.

Como el caso de Douglas, en Cuba está el caso de Martín Morúa Delgado, aunque sólo como un indicador; ya que el problema estadounidense se determina en la radicalidad de su determinación primera, en las prácticas segregacionistas. Tanto Douglas como Morúa van a ser fuertemente criticados, por su contraste con el determinismo histórico al que se oponen; poniendo en duda con su sola existencia el mito fundacional sobre el que se organiza la realidad política, como esa determinación histórica.

Frente a ambos, el determinismo histórico blande la figura mítica de Louverture, el héroe de la revolución haitiana; que siendo la primera del hemisferio, como la de Akenatón y la francesa va a marcar el desarrollo de toda otra. En este caso, el mito funde en su función fundacional toda la ambigüedad de su coyuntura histórica; posponiendo en su idealización los problemas concretos, que como una dificultad recurrente va a frustrar siempre la realización de la utopía.

Serán las prácticas esclavistas y hasta imperiales de ese Haití revolucionario, o la impopularidad real del independentismo cubano; o incluso la ambigüedad de la guerra de secesión norteamericana, cuya naturaleza abolicionista fue sólo coyuntural. Siempre va a haber tras de los mitos los mil puntales carcomidos que los sostienen, y que no tendrían que ser problemáticos dada la naturaleza humana de que surgen; pero por la que precisamente perderían esta capacidad de determinación histórica, cargando en la espalda del hombre el peso de su individualidad, que no es moral sino existencial.

Wednesday, July 8, 2020

El drama del tío Tom


Si bien los actuales activistas basan su discurso en las experiencias y los escritos de los hombres pasados, eso son sus discursos; sus seguidores han pecado sin embargo de contentarse con esos discursos, y no ir ellos mismos a los hechos que interpretan esos discursos. Es cierto que así se ha transmitido siempre la historia, pero no es menos cierto que por lo mismo ha sido siempre susceptible de corrección; lo que no es posible cuando ese discurso se postula como un dogma, cuyas raíces no se pueden visitar so pena de caer en la herejía.

Ese es el peligro de deslegitimación, que sufren todas las causas nobles exponiéndose a la corrupción del poder; que es lo que pretenden siempre, siquiera como vía aún legítima para la realización de sus reclamos, también todavía legítimos. Ese es el caso con la literatura representativa de una época álgida, que despierta incluso la legitimidad de su causa; como ese de La cabaña del tío Tom, una novela escrita por una mujer blanca, que apresuró en mucho los sentimientos antiesclavistas de la época.

La novela es un clásico, denostado por los negros de hoy por domesticar la imagen del negro, subsumido al poder de los blancos; pero en lo que resulta en un análisis absurdo, que desconoce la naturaleza misma de su historia. En definitiva la novela está escrita desde el poder, y aún así alcanza a destacar la singularidad de una personalidad digna; algo que probablemente deba a la sensibilidad femenina de la escritora, subsumida ella misma a la estructura patriarcal de su sociedad.

Es decir, la novela tendría además el valor de una sensibilidad interseccional, desde la que comprende a la realidad; algo sin dudas novedoso para su época, mostrando la porosidad de su propia cultura, justo en sus puntos más vulnerables. No reconocer eso es caer en el dogmatismo, que se reconoce en los de esa doctrina seudo religiosa que es el marxismo; pero que por lo mismo no tiene un carácter liberador sino de utilitarismo político, subsumiendo a su propio caucasidad el problema de la raza negra.

Eso no tendría que ser un problema, siendo la política una plaza en la que confluyen los discursos como guerreros; pero lo es, porque esos guerreros no son los ambiciosos generales, que ladinos se esconden tras los discursos. Ese es el problema, que estos activistas no han tenido otras lecturas de ese libro que las que les han provisto, en manuales que emulan los tratadillos evangélicos; e ignoran los libros originales en que se legitiman esos tratadillos, que permanecen así como secretos que emanan su legitimidad pero no su substancia.

El drama no es sólo de esa novela, sino incluso de la profusa literatura negra producida por negros norteamericanos; que si carecen de ese espíritu combativo que exigen los nuevos apóstoles, no son entonces suficientemente buenos para explicar la realidad. No importa siquiera si son más objetivos, porque no se escribieron para satisfacer las necesidades épicas de un discurso; o sí importa, porque es precisamente de eso de lo que se trata y no tanto en verdad de la causa en sí misma ni su legitimidad.

Cuando se estudia, resalta entonces la gran manipulación que llega a denostar figuras enormes como Frederick Douglass; porque consciente de la realidad de la que participaba, llamaba a establecer relaciones de justicia pero con la integración definitiva del negro. Ese es el problema, que a nadie le interesa la justicia sino la imposición del dogma marxista, usando el problema negro como fuente de inestabilidad; lo que ya debería despertar la suspicacia de los líderes negros como última esperanza de su pueblo, sobre todo los religiosos.

Monday, July 6, 2020

Discurso de Ignatius


No hace mucho, un negro cubano que participa de la cultura oficial me descalificó como “falta ‘e guara", por criticón; más recientemente, otro me recomendó quitarme el demonio ese de la descalificación sin sentido. En ninguno de los casos se trataba de una referencia personal, como la que hubo de respuesta; eran solamente críticas directas a los puntos en cuestión,  que de paso fueron esquivadas con la descalificación.

No es extraño, se trata de la poca cultura crítica que se puede reconocer en la mayoría de nuestras comunidades; lo malo es cuando se trata de asuntos álgidos, en élites supuestamente especializadas como las intelectuales. El tono es en todo caso defensivo, demostrando la debilidad intrínseca de la descalificación; que sólo tiene ese recurso ante la hipocresía evidente de sus postulados, así desenmascarados. Es sin embargo triste, pues muestra la pobreza de recursos políticos de dicha élite, condenada al elogio de sí misma; y tan expuesta en esta debilidad, que no puede hacer nada por sí misma, mas que recoger los besos que se tira ante el espejo.

El problema incluso goza de cierta universalidad, replicado con la misma torpeza en el exilio; que no sufre esas presiones lógicas de la oficialidad, y sin embargo responde con las mismas dobleces. Más aún, es la misma marca al hierro de las contradicciones raciales que denuncian ambos, oficialistas y exiliados; demostrando que el problema es entonces humano antes que racial, para debilitarlos más aún en sus argumentos.

Debe ser por eso que resulte entonces tan odioso a unos como a otros, más todavía que a los primeros; que seguros en la envidia con que tratan a aquellos, pueden darse el lujo de sencillamente ignorarlo todo. Se trata obviamente de una conjura de necios, empeñados en no estudiar matemáticas ni teología; cuya comprensión resolvería todos los problemas del mundo, al revelar la inutilidad de nuestras pretensiones.


Bleaching


El pecado más grande de los negros cubanos es el de la traición constante a sí mismos, que es terrible; es como el Ser que se niega a sí, en el proceso de blanqueamiento más bestial,  porque es ontológico. No se trata del uso de polvos de arroz en el rostro, sino de ese vicio que perdió al hombre blanco en su sensación de triunfo; y que aspiramos a reproducir, siguiendo los pasos apresurados de su tradición, negándonos a la pureza en que podríamos salvarlos a ellos incluso.

Nosotros podemos negar en nuestra excepcionalidad esos valores falsos, que los perdieron a ellos con la vanidad; es sólo un ejemplo, pero alcanza a explicar la serie de concesiones con que accedemos al sitio que nos tienen predestinados. Así exhibimos orgullosos nuestros vestidos africanos, no importa si hechos en China, porque el problema es sólo de identidad; no nos damos cuenta o no queremos darnos cuenta, de que asociada a la forma, la identidad es también un atributo superficial, y en ello reductivo.

Los negros cubanos son un caso especial de cubanos, por su mayor precariedad, que los hace ser especialmente cuidadosos; pero en vez de repercutir en una comprensión más acuciosa de sus propios problemas sólo los hace más ambiguos y resbaladizos ante los mismos. Tienen razón, el trauma de 1912 fue claro y definitivo en sus enseñanzas, pero con el riesgo rehúyen también el destino; por eso se limitan a protestar su depauperación, pero no la causa de que no puedan corregir ese problema en su raíz.

Así mirado, son un caso más patético que el de los negros norteamericanos que tratan de emular, porque son menos sinceros; se distinguen en esa prostitución profunda, que los lleva a identificar sus causas con los fondos de las universidades que los pueden becar. Unos y otros buscan sus respuestas en el blanqueamiento que ofrecen los mercados, con sus diversos productos para afectar el color de la piel con el del éxito; pero unos son más auténticos que otros en esta búsqueda, porque lo hacen con recursos propios.

La depauperación es una fatalidad con que la raza inicia su periplo occidental, y esta es la estructura que enfrenta; pero ganará el que aporte la substancia, reclamando su espacio desde la misma, no con la retórica. Es por eso que los negros norteamericanos llevan ventaja, porque los cubanos sólo se le han puesto a la zaga; puede que por su mayor precariedad política, pero desechando en ello su propia posibilidad existencial.

En definitiva, esa poca ventaja de los norteamericanos se pierde por el mismo efecto de la retórica; cuando subordinan su causa a las promesas de un liberalismo tan ladino que sabe ocultar su propio albor entre los esplendores del sol. Unos y otros sólo conseguirán ser auténticos, en la medida en que deriven un discurso propio, no sujeto a la misma hermenéutica que los sujetó; y que no nació con Occidente, sino con su esplendor más tardío en la modernidad, con los discursos que redujeron toda posibilidad a lo ideológico.

Por eso, unos y otros están igualmente descarriados, pero unos más que otros, por seguir a estos otros en ese despeñadero; y de entre ellos, peor aún los negros del exilio cubano, que pudiendo mediar entre todos, prefieren tampoco hacerlo. Está claro que tras tanta ineficiencia sólo medra la mediocridad postmoderna, que negándose al pensamiento sobre la trascendencia de la realidad se fija en el éxito personal; esa nimiedad con que la decadencia moderna esconde su propio fracaso, insistiendo en remedios de vicaria para la catarata creciente con que se anuncia el nuevo esplendor humano.

Así, con la bota sobre sus propios negros, Cuba azuza a los de Norteamérica contra el gobierno norteamericano; y los cubanos se dejan usar para el juego, en vez de revelar las cartas —es sólo un juego de naipes—, diciendo a sus hermanos que sólo están cambiando de hacienda, no huyendo del sistema que los humilla. A su vez, los negros cubanos del exilio, pudiendo mediar entre todos, se invisibilizan con las mismas premuras que los de su país; sólo que sin necesidad, pues por algo viven en el exilio, aunque todavía marcados para la reticencia —como con hierro candente— en la obnubilación por el éxito.