Thursday, April 2, 2015

Última vez frente al espejo, o la complejidad de una posición

Por Ignacio T. Granados Herrera
A Roberto Zurbano, y
Sandra Abd'Allah Alvarez Ramírez
Georgina Herrera —mi madre— escribió un poema llamado Primera vez ante el espejo, en el que relataba su reacción ante una máscara africana; una reacción cuyo valor estaba en el alcance existencial y el significado ontológico de la persona que se reconoce a sí misma, y cuya estética radica en el dramatismo de dicha experiencia. Con el tiempo, ese poema formó parte junto con otros de un libro, integrado por todos aquellos poemas que se quedaron al margen de otros libros; es decir, los poemas que no entraban en el canon poético de su atora, y que coincidían en el mismo tópico, y cuyo valor estético radicaba entonces en ese dramatismo existencial. Ese libro se llamó Gritos, y yo lo edité artesanalmente en Miami, como una vindicación que por estética era también existencial; pero esa edición quedó perdida, como todo drama existencial, ante el oportunismo económico que hasta le corrompió el nombre, con el más etnográfico de Cimarroneando; un libro que sigue siendo hermoso, porque aunque ya asumido por la manipulación comercial y el doble discurso de las universidades norteamericanas, aún recoge y recogerá el más puro existencialismo de un drama.

El tema surge a propósito de la transliteración del tratamiento del problema racial cubano, sujeto a sus necesidades de mercadeo por esas mismas universidades norteamericanas; lo que en principio corrompería la naturaleza misma del problema, al distorsionar su perspectiva única por una redeterminación ajena al problema mismo, como lo es la artificiosidad del mercado. Sin embargo, ese es un problema moral, y por tanto tan artificioso como el mercado mismo al que reacciona; o peor aún, siendo un problema moral sería hasta más artificial aún que el mercado, porque este al fin y al cabo es la determinación misma de esa artificialidad propia de lo humano. Es decir, al fin y al cabo, el problema moral lo es debido a la naturaleza del mercado, que es artificial; en tanto tecnología (tekné) en que se resuelve lo humano como una naturaleza, distinto de la naturaleza propia de lo real en sí, aludiendo a aquella diferenciación marxista entre las realidades histórica y prehistórica.

De ahí entonces que en probidad, ese otro problema de la redeterminación del problema inicial según las necesidades del mercado no sea en verdad una distorsión del mismo; sino que más bien contribuiría a su definición mejor, en tanto respondería a un problema real como lo es el del mercado, antes que a la artificiosidad de lo moral. Que el mercado que así redetermina el problema racial cubano sea el extranjero —de las universidades norteamericanas— tampoco lo distorsionaría;  pues aunque le imponga otra perspectiva, esta en definitiva no es ajena sino más universal y abierta, refiriéndose a la naturaleza de fondo del problema; además de que siendo el único mercado real, desde que no existe un mercado nacional, es la única realidad posible con referencias propias y consistencia suficiente para una comprensión del problema mismo.

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Es cierto que por el camino se pierde la poética del drama existencial, como en últimas ocurre con todo fenómeno de mercado; no exactamente como una corrupción del mismo —aunque dicha metáfora es eficiente—, pero sí como su resolución práctica, en un inmanentismo que desplaza progresivamente al trascendentalismo de lo moral. Igual, de hecho, está ocurriendo con las artes todas, cuyo valor sería justo el de la reflexión dramática de lo real, incluidos los dramas interraciales; que van perdiendo trascendencia, en la misma medida en que pierden el valor excepcional que las validaba en su singularidad como reflexión existencial, ya perdida en la banalidad de toda pasarela.

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