Wednesday, January 27, 2016

Hijos de Makota Valdina

Por Ignacio T. Granados Herrera

Una de las frases más felices en las luchas por la reivindicación racial, es la del negro que afirma no descender de esclavos sino de personas que fueron esclavizadas; es una frase de Makota Valdina, una figura que atraviesa con su ambigüedad el interés académico por la singularidad de la cultura negra con el activismo social y las luchas por la reivindicación social. Hay que recalcar el elemento de la ambigüedad, que remarca a su vez el carácter retórico de la frase, expuesta como pensamiento social; con elaboraciones que tratan de desmarcar a las personas como individuos de la circunstancia como su propia determinación social. En realidad la frase es retórica por principio, ya que una persona esclavizada es un esclavo, y negar eso es negar su realidad; lo que demuestra de hecho (ya no sólo por principio) una condición de inmadurez, que sería lo que impida esa comprensión de la realidad, y eliminando con ello toda posibilidad de corrección efectiva de la misma. Es, que es tan obvio, demostraría otro mar de fondo, que sería por el que no se puede corregir el problema original; y sería la manipulación del problema racial, por parte de unas élites académicas normalmente lideradas por blancos, que viven de explotar el problema negro con esta manipulación de figuras suyas.

El caso se Makota Valdina es típico, pero sobre todo esquiva que justo el gran aporte negro a Occidente sería el de esta experiencia existencial suya; a la que primero habrían llegado por sí mismos, en la imprudencia con que desarrollaron un mercado que simplemente los sobrepasó en la demanda creada, terminando victimizarlos. Además de ello, sólo la tremenda humillación y depauperación de su raza pudo ofrecer esta experiencia, como justa lección sobre la justicia; sin que además pueda culparse a nadie más que al desarrollo mismo del mercado, que sólo se liberalizó cuando fue económica y tecnológicamente factible. Figuras como la de Makota Valdina son desgraciadamente posibles, por el grave componente ideológico de los debates políticos; que oscurecen la racionalidad de los argumentos con un emocionalismo compulsivo y moralmente supremacista, pero reconocible por la vaciedad retórica; que aporta a su vez esa experiencia trascendente de participación tan propia de los grandes discursos morales, que no ofrecen nada en la práctica. 

Eso después de todo no es grave, si toda forma de liderazgo político es sospechosa hasta por principio; el problema es la perpetuación perversa que hace de la situación original, estancada en el ego de los falsos líderes, usados como nuevos contra mayorales para manejar la dotación. Esto viene a propósito de la protesta de actores negros contra la segregación virtual en Hollywood, como sede de la industria fílmica más poderosa y convencional; en contraste con la pica en Flandes puesta por el filme The birth of a nation con el Sundance Film Festival, que se ha mostrado su mejor contradicción. De hecho, en este contraste resalta el carácter no alternativo del Sundance, que tiene un perfil propio y lejos del corporativismo típico de Hollywood; resultando en una recuperación más efectiva de la industria, compulsada a la corrupción por las prácticas mercantilistas del corporativismo postmoderno. No es gratuito que estas figuras negras sean también las que insistan en atenerse a los patrones de belleza tradicionales, aunque los critiquen por su racismo implícito; cuando ya debería ser obvio que los patrones estéticos en general son impuestos por la élite de poder, que es lo que es ilegítimo como acto de prepotencia política.

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Es ahí donde se resaltaría esta falta de madurez y por ende de efectividad política, en un sector marginado que insiste en integrar el sistema que lo margina; en vez de optar por una vida propia y al margen, que le permita su crecimiento singular, a partir sin dudas de su propia experiencia singular. Esa es sin dudas una referencia al principio del éxodo o la hégira, de las teorías neo-marxistas para explicar la formación de estructuras singulares; que en esta singularidad suya exceden la capacidad de la estructura misma de la que provienen como un fenómeno de masa crítica, que así debe segregarse en una formación original. Respecto a ese mismo caso de la producción convencional, lo que es escandaloso es que sea tan poco representativa de la estratificación social de la realidad; porque es sólo a partir de esta representatividad que puede establecerse un parámetro de relevancia, que es en definitiva en lo que consiste un premio, como privilegio antes que derecho.

Al final entonces, no se trataría de que el deseo o la necesidad de reivindicación racial y política no sean legítimas; tampoco de que la misma no sea posible, sino que para ser posible requiere de una madurez y suficiencia propia, dada en la consistencia de sus propios postulados. En ese sentido, cualquier propuesta que dependa del juego retórico debería ser cuestionable por principio, revelando esta inconsistencia suya; más aún cuando esta inconsistencia se puede demostrar en la inmediatez del beneficio que se busca, y que así revelaría a su vez su determinación absoluta en el ego personal; no importa las emociones a las que apele, ya que el emocionalismo en el discurso es precisamente la manipulación a la que acude; como bien sabrá cualquier hijo de esclavos, mirando con compasiva suficiencia esa obstinación de la vieja clase que se empeña en perpetuar su error.


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